Tanto en mis cursos como en otras actividades de capacitación a las que soy invitado regularmente noto que uno de los mayores limitantes del profesional de la Estética es (tal como sucede en otras áreas) la falta de un criterio sólido que le permita tomar determinaciones certeras y elaborar correctamente sus planes de trabajo, en base a la evaluación del paciente y a sus requerimientos específicos. En épocas en las que pareciera que «más es siempre mejor», yo me inclino por otra postura: «más no siempre es mejor». Hay demasiada información sesgada comercialmente, y muy poca argumentación para muchos de los protocolos y combinaciones que se sugieren en la actualidad, sobre todo en lo que respecta al uso de aparatología. En esta nueva entrada del blog haré hincapié en algunos ejemplos prácticos.

El primero de los ejemplos en el cual deseo centrarme hace referencia al uso de agentes físicos con fines reductores en pacientes con adiposidad localizada. Para ello contamos con diferentes alternativas: aplicación de frío sostenido mediante criolipólisis, ultrasonidos a frecuencia selectiva en valores cercanos a 40 KHz (ultracavitación), sonoterapia convencional de 3 Mhz, hipertermia local mediante radiofrecuencia, entre otras. En la práctica es frecuente ver cómo los profesionales del sector utilizan indistintamente unas u otras variantes, incluso a veces combinadas, sin tener conocimiento sobre los efectos colaterales que pueden acompañar el uso de estas modalidades terapéuticas y sin tener un criterio firme para estas elecciones. Toda energía que se aplica al cuerpo humano es capaz de provocar en los tejidos efectos biológicos y debemos conocerlos a la perfección para que nuestro accionar origine el resultado buscado, sin daño ni riesgo para quien recibe el tratamiento.

Es necesario diferenciar un protocolo de una “receta”. Lamentablemente muchas veces el profesional busca recetas, la solución mágica al problema, y esto no es posible por muchos factores: el primero de ellos es que no todos los pacientes son iguales, no todos manifiestan el mismo cuadro patológico concomitante a la adiposidad localizada -en el caso de haberlo-, y, sobre todo, casi nunca el profesional actuante cuenta en su arsenal terapéutico con la totalidad de los recursos electrofísicos útiles para el abordaje de esta afección. Por ende, un buen protocolo es el que contempla la personalización del tratamiento elegido en base a un criterio profesional sólido capaz de sacar el máximo provecho a las herramientas con las que se cuenta.

En tal sentido, dejar de lado los conceptos moldeados y maquetados (vaya a saber uno por quién) en los manuales de uso que proveen las empresas fabricantes de equipos puede ser un muy buen punto de partida. Revisar publicaciones científicas, razonar los cuadros patológicos, basarse en la experiencia personal y de colegas, son sólo algunas de las acciones que nos permitirán elaborar protocolos modernos y personalizados, a la altura de cada situación en particular.

Uno de los factores clave en el abordaje de la adiposidad localizada es conocer de antemano que muchas de las modalidades terapéuticas que suelen ser las elegidas por el profesional actuante provocan lipotoxicidad, manifestada mediante el aumento de los niveles lipídicos en sangre (ácidos grasos libres y glicerol). Por ende debe contemplarse este hecho en el esquema de trabajo, incorporándose la actividad física posterior (incluso, en los esquemas actuales, también como medida anterior) a la aplicación de cualquier agente físico que actúe mediante un proceso de lipólisis (tal es el caso del ultrasonido de 3 MHz) o de necrosis (la ultracavitación es el mejor ejemplo), con el fin de promover la utilización de la grasa circulante como fuente energética y evitándose así su resíntesis. Esto resulta clave en pacientes con hipertensión arterial, dislipidemias, hipercolesterolemia y diabetes, entre otras situaciones patológicas y de riesgo, por ser propensos a desarrollar un síndrome metabólico ante un incremento de la lipotoxicidad.

El profesional criterioso tendrá que considerar estas situaciones, identificando a los pacientes de riesgo para optar por las medidas terapéuticas adecuadas, existiendo dos posibilidades:

  1. Una correcta complementación terapéutica que incorpore la actividad física, según lo expuesto.
  2. La elección de otras modalidades terapéuticas incapaces de provocar incremento de los niveles lipídicos en sangre, tal es el caso de la criolipólisis, como eje del plan de acción en este tipo de pacientes.

En este último caso se nos presenta un nuevo interrogante: ¿criolipólisis con succión o criolipólisis plana? La respuesta está en la evaluación de la piel de la zona que recibirá el tratamiento: cuando la piel está integra y conserva sus condiciones elásticas optaremos por la modalidad convencional (con succión), capaz de generar un frío más sostenido y homogéneo al limitarse la reperfusión sanguínea. En este aspecto hay algunos mitos y conceptos erróneos circulando en el ámbito de la Estética, que es necesario derribar. Tal cual lo concluido por Stevens (2014), el empleo de criolipólisis con succión sobre piel sana e íntegra no sólo no provoca flaccidez sino que es capaz de incrementar la tonicidad cutánea a través de un engrosamiento de los tabiques conectivos interlobulares, fenómeno denominado “cryodermadstringo”. El uso de la modalidad plana estará condicionado principalmente por la falta de elasticidad cutánea y por la existencia de situaciones particulares en las que un mecanismo de vácum estuviera contraindicado (uso de isotretinoína oral, glicosilación cutánea, estrías, entre otras). Siempre que no existan tales condicionantes, la balanza se inclina hacia el lado del mecanismo convencional, con succión.

Me gustaría concluir este post (para no hacerlo demasiado extenso) con otro caso que suele representar un error conceptual muy común entre profesionales del sector: la combinación de radiofrecuencia con modalidades favorecedoras de penetración de activos cosméticos tales como la iontoforesis (más antigua) y la electroporación (más actual). Siguiendo los “protocolos” erróneamente sugeridos por algunas empresas fabricantes, se utilizan en este orden: al iniciar la sesión y en primer término la electroporación-iontoforesis, y luego la RF. Pues bien, si nuestra intención es promover un óptimo rendimiento de los principios activos específicos suministrados debemos hacer exactamente lo inverso: aplicar primero la radiofrecuencia, modalidad terapéutica caracterizada por una acentuada hipertermia (y por ende, vasodilatación) dérmica, ya que en caso de utilizarla luego de la electroporación se favorecerá la reabsorción de un porcentaje importante de los activos empleados, eliminándose la posibilidad de una larga permanencia de dichos activos a nivel local (en otras palabras, limitando el objetivo buscado al suministrarlos). Esto sin mencionar otro factor muy importante: muchos activos sufren desnaturalización térmica ante los elevados niveles de temperatura alcanzados localmente durante la aplicación de radiofrecuencia. Justamente por ello la radiofrecuencia debe aplicarse siempre antes que la electroporación-iontoforesis, incluso considerándose un lapso de 15 a 20 minutos entre ambas, para permitir la acción compensatoria de los mecanismos termorreguladores (en este caso representados por vasoconstricción local) y optimizar así el rendimiento de la sesión, potenciándose realmente ambas modalidades terapéuticas.

Los ejemplos expuestos en este artículo son sólo algunos de los muchos que se suceden cotidianamente en cada consultorio, en cada gabinete, en cada clínica. La formación y el conocimiento representan sin dudas el mejor capital con que el profesional de la Salud y de la Estética cuentan para optimizar los resultados de sus tratamientos en base a un accionar serio, eficiente y, fundamentalmente, criterioso.

En mis actividades de capacitación hago hincapié de forma permanente en estos aspectos, para que el público profesional pueda establecer sus conclusiones en base a información independiente y sólida, libre de sesgos comerciales, sin un “spitch” promocional que no hace otra cosa que limitar al profesional a información sobre los productos de una marca, muy lejos de un verdadero conocimiento de las modalidades terapéuticas en un sentido amplio y abarcativo.

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Referencias:

  1. Agne Jones E. (2016). Criolipólise e outras tecnologías no manejo do tecido adiposo. Edición del autor, Santa María (Brasil).
  2. Ellis RJ, Hartl FU. (1996). Protein folding in the cell: competing models of chaperonin function. FASEB J. 10(1):20-26.
  3. Ferraro G. & cols. (2012 Jun). Synergistic effects of criolipolisis and shock waves for noninvasive body contouring. Aesthetic Plast Surg.; 36(3):666-79.
  4. Ficetti, Fernando (2008). Electroestética Aplicada, 2a edición. Edición del autor, Córdoba, Argentina.
  5. Fritz M, Counters JT, Zelickson BD. (2004 Nov-Dec). Radiofrequency treatment for middle and lower face laxity. Arch Facial Plast Surg. 6(6):370-3.
  6. Guyton, Arthur C. – Hall, John E. (1996). Tratado de fisiología médica, 9ª edición. Mc Graw-Hill. Interamericana, Madrid (España).
  7. Vidurrizaga C. – Esparza P. – Deltell Canales J. – Amselem M. (2011). Medicina Estética. Abordaje terapéutico. Editorial Médica Panamericana, Madrid (España).